lunes, 25 de julio de 2011

Turbia

Hay un colchón de hojas en la pileta, una frazada marrón en la cima de la superficie. Si se mira desde arriba puede tratarse de una obra de arte, de una pintura de visión realista sobre algún detalle invernal, u otoñal, en todo caso. O también una fotografía detectada por un ojo sensible a las temperaturas frías y a los comportamientos dignos del mundo natural, aunque no, no, si se anhelara emitir un juicio más preciso convendría mejor expresar que se está, sin dudas, frente a una pintura efecto brochazo de un profesional. La nitidez de cada hoja como cosa protagonista de la obra es confusa, y si se quisiera y se contara con un pincel, se podrían disimular perfectamente algunas sombras y/o empañar dos o tres esquinas de la pileta.
Si esta misma imagen se mira desde abajo…pero si se está abajo, qué pasa si se está abajo justo cuando no se está arriba y cuando hay hojas encima que cubren el cielo, el sol, allá donde el agua rezonga por culpa del viento.
Pensar en lo que está debajo, pero sin imaginar aquella famosa figura del iceberg, es como pensar en una borra de café o en un animalito hambriento. En México (y en otros rincones del mundo) se asesinan perros para que los estudiantes aprendan procedimientos complejos de medicina. Se los opera e interviene hasta que sus cuerpos se entregan totalmente al aprendizaje foráneo. Pero claro, son perros de la calle. Los que les tocó y los que la eligieron. Y esos perros están ahora debajo de la pileta con frazada marrón en la cima de la superficie. Y esos perros tienen que esperar hasta el verano para jugar con el sol, para mirarlo a los ojos.

Ahora está lloviendo sobre el colchón de hojas y algunas se hunden sin resistirse. Cambian de color y se duermen con los perros en el fondo, imaginando que las gotas empujan pronto a sus amigas y se encuentran todas en el mismo sueño, que transcurre un poco en momentos de lluvia y otro poco en momentos de día soleado. Sospechan que la muerte debe ser algo así.