domingo, 21 de febrero de 2010

VG

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Hace unos días murió mi primera profesora de teatro. Ella era muy joven y la noticia me provocó una sensación rara.
A mi no me gustaban los títeres, y ella lo sabía.
Tenía lunares en la cara y eso me resultaba cálido.
Era negra y celeste.
Me enseñó a improvisar y a no tener miedo a la exhibición.
Son pocas las cosas hermosas que nos enseñan a los diez años. Porque es muy fácil instruir a esa edad, donde todo nos resulta nuevo y se aprende rápido, pero esto fue diferente. Como sembrar caminitos.
Ella fue mi comienzo y mi puente de experimentación, mi polvito de autodescubrimiento.
Gracias a ella todavía me gustan los martes.
Una vez, en su clase, vi a una monja asomándose por la ventana y me asusté. Ella no entendía por qué, pero eso no me importa hoy. Me llevó a un rincón y me dijo que debía superarlo, que el miedo era “tan natural, como innecesario y controlable”.
Otra vez, me escabullí por unos pasillos antiguos y la vi llorar. Quise abrazarla, pero subestimé mi Consuelo y me volví en silencio. Fue algo así como el comienzo de su partida.
¿Tenía miedo, mi gran profesora, ese día? Confío en que supo controlarlo.
Ese año compartido, sumado a estas conversaciones casi minúsculas, hacen que te recuerde brillante y valiente. Estoy segura de que con esos colores también partiste.
Creo que no estoy triste, sólo es raro que sucedan estas cosas un poco injustas.
Reflexiono, quizá mañana tampoco esté quien me enseñó a escribir.
Así de importante fuiste.

sábado, 20 de febrero de 2010

Carta de un león a otro

Mi amado ángel:

¡Oh! Diosa de los celulares! ¡Oh! Gentil niña, frágil, destilando aromas inocentes! ¡Bienaventuradas seamos todavía! Maldigo con precocidad el día en que la adultez nos manche la cara con penas y escarmentemos juntas el pozo hasta el día del juicio final!
¡Oh! Compañera de alegrías! Damita idealista, colmada de propósitos y bonanzas!
Hágase presente la mesura en este mensaje, os advierto con seriedad mi demanda que amalaya, se reconozca hoy y perdure para siempre.
Os suplico Reina de febrero, misericordia para este sucio roedor que no hace más que pellizcar sus culpas en su cuerpo viejo y atontado por tanta imprudencia.
Ruégole me brinde el amparo necesario para apaciguar mis lamentos perdonando mi ausencia, que poco aportaría a esa celebración deliciosa.
¡Oh! dueña de mi alma, merecedora de mi expiración, espero no importunar en su día intentando justificar mis actos bellacos y despiadados.
No es traición lo que acontece sin querer, ni infidelidad a nuestro parentesco honorable, Dios posea en sus lupas la verdad y pregúntale, sino es cierto que entregaría a mis propios hijos en tu voluntad.
Deseo con mis vísceras tristes que logres, espécimen mojado en magnificencia, vislumbrar sin telones perniciosos la honestidad deste recado que tanto me ha significado hacerle llegar.

Clemencia, y muy feliz día.

quiérola en demasía.



Consuelo.

martes, 2 de febrero de 2010

nada

Prefiero que se queden con mi espalda, que me dejen los ojos, que se alejen de mi pecho, que allí siento, que aquí observo, que los brazos están de más; si puedo sentir con la boca y cubrirme con los dientes, mirá, hasta les regalo mis pies, que para andar tengo la mente y las alas, que no las pueden ver, son para ellos estáticamente invisibles.
Guardaditos en el cajón, el ataúd navideño a donde se arrojan leñas tristes en ninguna ciudad de la zona, abandónenlos ahí, prometo no ir a buscarlos, doy mi palabra: me conservaré inmóvil, sin pensar siquiera en mi condición de ser sujeta a la extravagancia.
Soy ajena al dolor, a la forma, a lo concreto del hurto, quiero que sea ahora, debo leer en paz, reconciliarme con mis restos, mis átomos náufragos.