sábado, 16 de agosto de 2008

Cuentito de colores

Luego de muchos años, en un pueblo muy bonito ubicado en las afueras del imperio yankee, existían hombres distintos.
Hombres vegetarianos que gozaban sin prejuicios, que escribían con la boca y besaban con los dedos.
Hombres sonrientes, felices y concientes de su felicidad.
Una de las mejores cosas que ellos tenían, eran las mujeres con las que se acostaban.
Estas sorprendentes muchachas, además de inteligentes y hermosas, eran magas. Practicaban la magia en la cama, en la cocina y hasta en el baño. Podían elegir la cantidad de orgasmos por acto sexual, e incluso manipular el momento de climax del hombre de acuerdo a sus necesidades.
En el pueblo, las mujeres normales se sentían rechazadas y muy inferiores. Una jovencita, llamada Monti, estaba muy empecinada con vivir la experiencia de estar con uno de estos hombres tan llamativos. Decidió solucionar su carencia de poderes mágicos ideando un plan: se maquilló, colocó su sinceridad en un taper de bananas que solía coleccionar y llenó de azúcar el relleno de su lencería roja para simular hacer caramelo sobre uno de estos señores en el momento del acto. El plan no era muy convincente porque se tenía que llegar a una temperatura bastante alta para que salga perfecto, pero nada detuvo a Monti.
Se presentó en la zona donde residían. Uno de ellos, Eugenio, la miró. Ella se sonrojó y luego intentó revelar una actitud más superada. Enseguida se hablaron y él la invitó a tomar té a su casa.
Luego de que Eugenio sirvió las dos tazas, se dio cuenta de que le faltaba azúcar, así que le dijo: Linda maga, ¿por qué no hacés aparecer una montañita de azúcar así nos endulzamos un poco? Monti se sintió muy nerviosa. Respondió: ¿por qué no me dejás endulzarte en la cama?
El hombre se sorprendió. Aceptó y la comió a besos sin cedrón. En un intento desprevenido le sacó el corpiño de un tirón y su cuerpo quedó mágicamente lleno de azúcar. Se rió, la miró, la besó. Sus dedos olían a Monti.
Minutos después, la jovencita inteligente se dirigió al baño. Hizo pis y cuando se estaba secando con papel descubrió algo extraño. Sonrió y volvió a su casa feliz.
A partir de ese día, Monti practicó millones de trucos diferentes para engañar a Eugenio y a cualquiera de sus amigos y nunca más volvió a estar con un hombre normal.

Este cuento me ayudó a entender que además de coger bien los hombres especiales acaban arcoiris.