Lluvia,
taxi, una avenida. Me encontraba escribiendo un mensaje a mi padre, mirá por la ventana, allí estoy yo, llegando. Y ahí nomás, todo gris.
Como si te dijera que de golpe, un golpe. Mi cabeza golpeando contra un
asiento gris, mis piernas raspadas, mucho silencio. Durante varios
segundos, silencio. Y quietud. Estoy un poco cansada de tanta quietud,
pienso. Un auto chocó al taxi y el taxi a otro auto y en este último auto había un matrimonio y la mujer era parecida a nuestra presidenta.
Nadie quería moverse, igualito a cuando no queremos despertar. ¿Cómo
puede ser que hayan sido dos golpes si yo sólo sentí uno? ¿Cuánto
dura un golpe?
Me dejó el auto hecho bolsa
Y al rato ¿Vos estás bien?
No sé.
Me bajo con gotitas de sangre en las rodillas.
El señor, la presidenta, el taxista y un hombrecito de traje también se bajan.
Piensan y hablan de autos.
El taxista estaba mal, afirma la presidenta, con toda la seguridad con la que una presidenta puede emitir un juicio.
Empiezo a andar. Me escapo. Nadie me ve. Al punto en que podría estar
muerta, podría estar escribiedo esto desde el interior de taxi, ahí
adentro donde quedó abandonado el paraguas escocés de mi abuela.
Me pregunto cuántos golpes grises podemos recibir en un año.
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