Un niño
sordo, un dulce tropezón en el viaje largo del lenguaje, camina junto a su
hermana rubia, junto a su hermana bella de oídos limpios y honrados, se mueve
hacia ella arrastrando sus pies vestidos, con dificultad le expresa alguna
palabra, algún disfraz de significante o algún trozo de significado, la hermana
no le responde, la hermana sana se hace la sorda, la madre del niño enfermo y
la niña sana les pide a sus hijos que se apuren, les pide que atraviesen ese
enorme pasillo color otorrino velozmente y decora la orden con un a ver si llegamos a casa antes de que salga
la luna. Los hermanos apresuran su paso, no sé bien si ambos están
obedeciendo a su madre o si la niña obedece y el niño sordo le copia a su
hermana, lo que sí es seguro es que ninguno de los dos quiere llegar a su casa
con la luna puesta, con la luna despierta, con el paisaje casi listo para
acostarse y dormir y soñar cuando todavía no jugaron lo suficiente con los
muñequitos verdes o no hicieron la tarea o se ignoraron un ratito más y luego
se pelearon por quién usa primero la computadora. Estuvieron ocupados, muy
ocupados en una clínica del centro y a veces así pasan los días y ellos no se
preguntan por qué es tan difícil llegar a la casa antes de que se duerma el
sol, con la mañana, la escuela y tantos doctores y parece que la niña entiende
más que el niño o es al revés cuando se les ocurre cambiarle el nombre al
tiempo y ponerle “espera”, entonces llegaste justo a espera y qué espera
perdida y cuánta espera falta para tu cumpleaños.
Cuando yo salgo de la clínica allí está la luna con cara de policía y me incomoda un poco.
Cuando yo salgo de la clínica allí está la luna con cara de policía y me incomoda un poco.
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